“¡Mataron
al negro Barkley!” “¡Mataron al negro Barkley!”, gritaba una muchedumbre agazapada al
cuerpo que yacía en la esquina de nuestro barrio. Asustados, tras escuchar los
seis disparos desde el otro lado —en el parque—, acudimos a ver qué había sucedido. “¿Por
qué?, ¿por qué?... ¿Por qué mataron a mi hijo?”, se preguntaba entre alaridos y abalanzándose a mis
brazos, doña Tomasa. Recordé entonces esa misma mañana —tras pagar la fianza— en las
puertas de la penitenciaría, la carita del negro Barkley esperándonos muerto
del frío, pero feliz como cada ocasión que lo visitábamos, aunque
ésta vez, sus lágrimas eran de alegría y brotaban tan intensas como la lluvia
que caía. Nuestro amigo obtenía su libertad condicional después de dos
años en prisión preventiva ¡tocaba celebrar!, por tanto, además del
tabaco, el ron y la chica, le compramos entre todos un regalito para el frío:
la cazadora marrón que, ahora mismo, llevaba puesta aquel cadáver. No cabía
duda ¡era el negro Barkley!
Aquella noche,
el cabrón del fiscal se quedaba sin su único testigo, los vecinos respiraban
más seguros, y doña Tomasa —llorando al negro Barkley—, se enteraría
días más tarde que nuestro caso era sobreseído.
MANCHO
Panadero de la vida