Me subí de
nuevo al tren, no me lo podía creer: allí estaba yo, plantado otra vez en
el andén. Qué podía hacer, ¿suplicarle más? No, ya lo había hecho hasta la
saciedad «¿Para qué insistir más, si ella estaba harta de mis hazañas, o no? Mmmm... ¡Tal
vez! ¡Quién sabe! ¡A lo mejor! » –me arengué–. «Necesitaré
una pluma, una rosa y un papel.»
Apresurado busqué una tienda, conseguí la
pluma y escribí: 'Cuando se ama de verdad no se pide perdón, se ama; y
si se ama, no se lástima. Sin embargo, te pido una última oportunidad para
amarte. Recibe esta rosa como símbolo de fidelidad a nuestro juramento
de amor, déjame velar por ti, cada día, cuando te regale una nueva flor.'
Con los ojos
encharcados busqué a la vendedora de rosas, pero no le quedaban más. Corrí
por las otras tiendas buscando aquella rosa que no puede encontrar, hasta que sonó el claxon del
tren, fue entonces cuando decidí hacerle una de papel.
«Sí se la
daré ¡Me perdonará! » –pensé. Llegué hasta la fila del
asiento, la miré y le entregué la flor.
–¿Quién es
ese? –preguntó su acompañante.
– Mi ex-novio de la infancia –contestó ella, sin abrir la flor, ni la nota que llevaba dentro.
German Darío Ricaurte García
-panadero de la vida-
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