A las 9 y 19 horas, el reloj del ‘Café Manhattan’ de la avenida
Fernando el Católico, quedaba estático. Sin poder marcar más
horas, el último balazo de “care palo”, le convertía en el testigo eterno
del asesinato de Rodríguez, el capo de uno de los cárteles colombianos, radicados en la
ciudad de Valencia.
Aquella noche la familia Rodríguez que cenaba al completo, reconoció a un
grupo de seis sicarios que desenfundaban sus automáticas ‘AR-15’. Petrificados, los familiares se tiraron al suelo bajo las mesas del famoso restaurante.
El mejor hombre de Rodríguez —“care palo”—, repelía el ataque con su ‘9 mm Smith
& Wesson’ matando a uno de ellos, pero no era suficiente. El ritmo del "tacatá", de
tan poderosas armas, lo hacían bailar tiroteado disparando su pistola
por todas partes. El tiempo se detenía en aquel local colombiano. Tan sólo el
ímpetu del forajido, le alcanzaría para matar a dos sicarios más, antes que la
última bala de su pistola diera en el centro del reloj.
Bien era sabido —entre los colombianos—, la obsesión de Rodríguez por proteger a su familia, en especial a sus dos
hijos: mantenerlos siempre alejados de cualquier atisbo de peligro era su
debilidad. «Jamás permitiré que les pase nada y mucho menos que
atenten contra mí, en sus narices» —solía jactarse cada vez que recordaba a su más acérrimo enemigo; el que juro matarle hace 20 años, después que ordenara la masacre de su esposa y sus hijos. Aquel hombre había jurado venganza.
Después de cambiar el proveedor, Rodríguez seguía dando guerra protegiendo
a su familia con su ‘Pietro Beretta’. Descargando una ráfaga, de nuevo contaba las bajas de dos
sicarios más, pero el destino estaba escrito en la mente del asesino: «morirá
como más se lo ha temido». Ajusticiado por la espalda dijo sus últimas palabras al verse
moribundo: «mis niños…¡hijueputa!». Así lo afirmaría el testigo real
de los hechos a la policía—. Los ojitos de aquellos niños se apagaron
por culpa de tanta bala perdida, señor agente. Qué pena tener que acompañar a su padre... hasta el infierno. Ojalá, y sólo gracias a la inocencia de aquellos angelitos, Dios los desvíe hasta
el cielo, junto a los míos; donde observarán la hora exacta de su muerte: las 9:19 horas —proseguía declarando el camarero.
Baker Life
Panadero de la vida
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