Con esa exactitud tan característica de la ciencia, el arco
se deslizaba sobre el lomo de la víctima mientras crujía de dolor, aquella estructura
maltrecha de su cuerpo. El chirrido atemorizaba. La energía recubría de placer
a su victimario. Asomaba tras el humo y el olor a grasa quemada, la luz de la
tortura.
A quienes presenciamos temblorosos tal escena de pánico y
terror, las chispas aceleraron nuestros latidos por el sufrimiento de aquel
monstruo; capaz de soportar en silencio los ensañamientos de una radial
enloquecida. Sólo bajo los conceptos físicos del soldador ‘El Veleta’ partió con rumbo norte hacía el puerto de
Livorno.
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